Monumentos

Isla Cristina es una ciudad relativamente joven, apenas 260 años la separan de su fundación a partir del terremoto de Lisboa (1755) y siguiendo la Ruta de sus Monumentos se puede conocer gran parte de su historia.

La localidad onubense de Isla Cristina posee muchos atractivos, sobre todo naturales: playas, pinares, ría y marismas, a los cuales se les une otros llegados por la mano del hombre que engalanan rincones, calles y plazas para el deleite del isleño y un turista cada vez más exigente por la diversidad de la oferta existente en el entorno.

Uno de esos atractivos son sus monumentos, bien como efigies, estatuas u objetos, que simbolizan y ensalzan la forma de ser del isleño, de sus antepasados, procedencia y tradiciones más arraigadas. Conociéndolos, siguiendo una ruta imaginaria sobre el plano virtual de sus calles, el neófito descubre parte de la historia de una localidad que ha hilado sus décadas a base de esfuerzo y sacrificios, individuales y colectivos.

Monumento al Marinero

Aquí iniciamos el recorrido, en la confluencia de las avenidas Federico Silva Muñoz y Del Carnaval. Es el más antiguo de la localidad (1979) y partió de una idea del isleño José Sosa Rodríguez, encargado por el alcalde Emiliano Cabot al por entonces Presidente de la Asociación de Amigos de Isla Cristina en Madrid, Rafael López Ortega. Éste inicia una recolecta que se salda con dos millones de las antiguas pesetas (12.000 €) de donaciones particulares, empresas y personalidades como Juan de Borbón, Conde de Barcelona, completando lo recaudado el Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, con 575.000 pesetas (3.455 €). La base, que simula una embarcación de pesca, es del arquitecto ayamontino Gonzalo Cano, la maqueta de las figuras de tres marineros izando el arte de pesca es del escultor isleño Carlos Silva y esculpidas en los Talleres de Germán Berzal, de la ciudad madrileña de Fuenlabrada.

Alrededor de su emplazamiento ajardinado, también pueden verse sendas lápidas recordatorias de algunos de los naufragios más dolorosos para la población, como el del “Islamar III”, propiedad de USISA, que con 28 tripulantes a bordo naufragó en aguas canarias (1984), salvándose tan solo dos. Y la segunda de las placas, más reciente, la dedicada al “Begoñita y Pinito” y a sus seis marineros fallecidos el 14 de diciembre de 1974.

 

«Representamos a muchísimos isleños que trabajamos en altamar. Gracias
al tesón y al peligro que supone este oficio… fue fundada esta ciudad
generando riqueza a la industria conservera y de salazón, abasteciendo
diariamente la lonja y el mercado nacional de pescado fresco.
Este monumento se basa en el modelo realizado por el escultor Carlos
Silva Escobar, y fue inaugurado el 15 de julio de 1979.
Años después se ha convertido en un símbolo que recuerda a tantos
marineros fallecidos en diferentes naufragios y accidentes en la mar.
Cada 16 de julio, festividad de la Virgen del Carmen, se rinde un emotivo
homenaje y ofrenda floral en este lugar.»

 

Continuando el recorrido, por la Avenida Gran Vía Román Pérez, apenas a unos metros, se llega al edificio del ayuntamiento, en cuyos Jardines de Andalucía se instalaron los dos siguientes.

Roque Barcia Martí y Padre José Miravent

«Me llamo Roque Barcia Martí. Nací en Isla Cristina el día 4 de octubre del Señor de
1821. Dejé de existir a la edad de 65 años en Madrid el 2 de julio de 1885. Fui filósofo,
lexicógrafo y político republicano perteneciente al Partido Demócrata español y luego,
durante el Sexenio Democrático, al Partido Republicano Federal. Fui diputado a Cortes
en 1869, 1871 y 1873, senador en 1872 y cabecilla del Cantón de Cartagena. No debo
ser confundido, como a veces se hace, con mi padre Roque Barcia Ferraces de la
Cueva.
Durante el Trienio Constitucional (1820-1823) fui miembro de la sociedad patriótica
denominada Confederación de Caballeros Comuneros, y cuando esta se escindió en
1823, me uní con el grupo de disidentes moderados que formó en Madrid la Asamblea
constituyente de Comuneros Españoles Constitucionales. Con la restauración
absolutista de Fernando VII se desató la persecución antiliberal y en ese mismo año
tuvo que partir hacia un breve exilio en Portugal; retomé públicamente mi actividad
patriótica a partir de 1834, ya fallecido el rey y con él la Década Ominosa. Después
publiqué varios estudios prácticamente regeneracionistas “Avant la Lettre” sobre la
industria de la pesca y la sal.
De mis visitas a las bibliotecas de Francia e Italia, nace mi libro: “El progreso y el
Cristianismo”, obra en la que trabajé un total de diez años. Asimismo, estuve
madurando un nuevo diccionario de la lengua castellana, arreglado según la última
edición aumentado con unas veinte mil voces usuales en ciencias, artes y oficios. Pero
fue “El Progreso y el cristianismo” el que provocó mi primera emigración a París y más
tarde, en 1858, y no solamente que se prohibiera esta obra, sino que muchos miles de
ejemplares fueran quemados públicamente. Una suerte similar corrió mi “Historia de
los Estados-Unidos de América”, de la cual no han subsistido ni siquiera los ochenta
ejemplares que guardé en casa, registrada decenas de veces por la policía. ​
Escribí cuatro tomos de viajes y un libro titulado “Un Paseo por París” que fue muy
bien recibido. Después dirigí el periódico “El Círculo Científico y Literario” en Madrid,
hasta la Revolución de 1854, para la que trabajé propagando las ideas democráticas de
las que era un ardiente partidario. También di a luz por entonces “La Cuestión
Pontificia y La Verdad Social”, folletos que fueron también prohibidos, aunque
trabajaba ya en mi ambiciosa obra lexicográfica y etimológica. Publiqué sucesivas
entregas de ella y además “La filosofía del Alma Humana” y dos tomos de “Sinónimos
Castellanos” como complemento de mi “Nuevo Diccionario”.
Mis nuevas obras de “Historia de los Estados-Unidos y Catón político”, fueron
prohibidos por el gobierno. Sin embargo, lejos de desalentarme, saqué a la luz “La
Estampa, Las Armonías Morales y El Nuevo Pensamiento de la Nación”, que sufrieron
la misma suerte.
Influido por Emilio Castelar, en cuyo periódico “La Democracia” (1864) fui redactor,
marché a Cádiz; mis artículos me valieron la excomunión del obispo gaditano una más
entre las muchas que atesoraba. A dicha excomunión repliqué con la “Teoría del
Infierno”. En Cádiz estuve sin embargo apenas dos años, porque pasé a Isla Cristina

–mi casa se conserva todavía en La Redondela— desde donde, tras los graves
acontecimientos del golpe de estado de 1866, opté por exiliarme a Portugal donde,
tras dos periodos de detención, presidí la Junta de Exiliados Españoles. Participé
activamente en los preparativos de la “Gloriosa” redactando documentos y proclamas.
La idea revolucionaria de septiembre de 1868 estaba germinando no sólo en
Barcelona, sino también en Andalucía y particularmente en Cádiz, donde el furierismo
de Joaquín de Abreu y Orta y los sucesos de la Mano Negra que refirió como cronista el
propio Leopoldo Alas “Clarín”, pasando por la aventura internacionalista y figuras
como Fermín Salvoechea habían agitado el ambiente. Fui halagado nada menos que
con dieciséis ofertas de candidatura para las elecciones a Cortes (Alcoy, Alicante,
Badajoz, Béjar, Burgos, Écija, Montilla, Granada, Málaga, Cádiz, Jerez, Ronda,
Villanueva y Geltrú, la Mancha, Huelva y Soria). Fui nombrado después diputado por
Badajoz, pero el proyecto de Constitución no me satisfizo. Actué en el movimiento
cantonalista, cuyos hilos contribuí a mover de modo decisivo, y llegué a ejercer de jefe
del Cantón de Cartagena.
Fallecí el 2 de julio de 1885 en Madrid y fui enterrado en la sacramental de San
Lorenzo y San José, en mi tumba reza el apellido de mi padre.»

 

El busto del filósofo federalista, nacido en Sevilla (1823) y muerto en Madrid (1885), estuvo durante algunos años dando la bienvenida a las puertas del edificio del ayuntamiento, hasta que por razones desconocidas desapareció. Barcia vivió en la Entidad Local Autónoma de La Redondela, su padre ejercía allí de escribano y miembro de la Junta Local de Sanidad.

Barcia compartió jardines con la estatua del Padre José Miravent, que en un principio se acomodó a la derecha, junto a la fuente, sobre un pedestal recubierto de mármol, hasta que el paso del tiempo y las ramas de chopos, sauces y acacias lo ocultaron. Se decide entonces su traslado a un lugar más visible y transitado, la fachada principal del Templo Parroquial de Nuestra Señora de Los Dolores (1950), donde se puede contemplar ahora. Su antiguo emplazamiento se dedicó para rotular los Jardines de Andalucía que rodean el consistorio, como indica su placa de cerámica. Los isleños ensalzan la figura de Miravent porque fue el primer sacerdote de la ciudad (1779-1857) y autor de las memorias sobre la “Fundación y Progresos de la Real Isla de La Higuerita”, reconociéndosele la labor como el primer historiador de la localidad.

Dejando atrás el ayuntamiento y continuando por la misma Gran Vía llegamos hasta la iglesia antes descrita, donde se encuentra el emplazamiento definitivo de la estatua del Padre Miravent. Una vez contemplada y leída su descripción, se continúa por otra de las importantes vías isleñas, la avenida España, hasta la confluencia de ésta con la Roque Barcia. Girando a la derecha, justo al volver, aparece un recoleto espacio llamado popularmente Plaza de la Telefónica, por encontrarse enfrente a un edificio de esta compañía que fue renombrada tras su retranqueo y remodelación.

«Me llamo José Miravent y Soler, aunque todos me llaman: “Padre
Miravent”.
Nací en La Higuerita, nombre primitivo de Isla Cristina el 14 de julio de
1776. Estudié en la Universidad de Cádiz donde obtuve cátedra de
filosofía.
Pertenecí a la orden franciscana para posteriormente pasar al clero
secular, y en 1823 fui nombrado párroco de Ntra. Sra. de Los Dolores.
Recopilé toda clase de datos con valor histórico desde la fundación de esta
población, más conocidos como: “Memoria de la Fundación y Progresos
de la Real Isla de La Higuerita”, además de otros libros como: “Novena al
Santísimo Sacramento”, “Memorias sobre el desestanco de la Sal”,
“Símbolo de la Fe”, (dos volúmenes que se conserva en la Biblioteca
Nacional) y “Memoria Sobre las Pescas que se Cultivan en las Costas
Meridionales de España”.
Fallecí en mi villa natal el 23 de septiembre de 1857. Esta estatua que me
representa fue esculpida en piedra caliza por Germán Berzal en 1982.»

Plaza de la Fundación y Monumento al Pescador

La pequeña plaza alberga uno de los tres nuevos monumentos diseñados por el escultor isleño Francisco José Zamudio Barroso, encargados por el ayuntamiento con motivo del 250 Aniversario Fundacional de la ciudad (1755), celebrado durante 2006. Al igual que los siguientes, la del Pescador es una escultura realizada en bronce a partir del boceto en barro, en una escala superior al natural. Fundida en Alfa Arte, empresa de Eibar (Guipuzcoa), presenta un acusado contraposto, al apoyar su pierna derecha sobre un noray, mientras sostiene un remo con la mano izquierda. De su diestra penden tres ejemplares de peces de diferentes especies. Según su orientación, parece fijar la mirada sobre la línea del horizonte, al sur, donde se vislumbra el mar.

«Represento al hombre pescador, al humilde marinero que
forma parte de tantas tripulaciones embarcado a las
ordenes del patrón. Soy el que obtiene su jornal desde el
ocaso al amanecer. Entre mis atributos porto un remo y la
jarampa en las manos. Reproduzco un momento de
reflexión con mi mirada nostálgica al horizonte.
Esta escultura fue realizada en bronce, obra de Francisco
José Zamudio Barroso.»

Entre este y el siguiente monumento apenas los separan 150 metros. Volviendo por los mismos pasos, por la Roque Barcia, se llega hasta la segunda iglesia en importancia del núcleo urbano, la erigida en honor a Nuestro Padre Jesús del Gran Poder (1966). Enfrente, otro de los paseos más antiguos de la localidad, el de Las Palmeras, y a su mitad, ensimismado, aparece el conocido popularmente como Hombre del Banco de Las Palmeras.

Monumento a la Cultura y el Saber

Inaugurado por las autoridades de la época en vísperas de las Fiestas del Carmen de 2006, reproduce una fotografía (1920) del maestro D. Serafín Soler Zarandieta, leyendo uno de los libros que albergaban los primitivos bancos-biblioteca del paseo. Diseñados por el afamado arquitecto Aníbal González, se enmarca en la corriente regionalista de la época que combinaba el ladrillo visto y la cerámica esmaltada. Ya es típica la fotografía del turista sentado a su lado, como recordatorio de su paso por la ciudad.

Y detrás, siguiendo de nuevo por la calle Roque Barcia, al fondo, se vislumbra el último de los monumentos isleños, el dedicado a la Mujer Estibadora, profesión de muchas isleñas que manipulaban el pescado, sobre todo la sardina, en las empresas conserveras de la localidad.

«Me llamo Serafín Soler Zarandieta. Nací en Isla Cristina en
1896. Me formé en la Universidad de Deusto y fui
fundador del primer centro de enseñanza media, el
colegio: “Roque Barcia”. Fui fusilado el 27 de agosto de
1936.
Este monumento reproduce una añeja estampa
fotográfica… donde aparezco, leyendo sentado, sobre los
antiguos bancos-biblioteca diseñados por: Aníbal
González. Estaban colocados en este paseo en la década
de 1920. La figura está realizada en bronce por: Francisco
José Zamudio Barroso, y todo el conjunto fue inaugurado
en el año 2005 con motivo de la celebración de los
doscientos cincuenta años de la fundación de nuestro
pueblo.
Todo el conjunto representa la inquietud y el afán por el
conocimiento y el saber, convertido en todo un símbolo
de la cultura.»

Monumento a la Mujer Estibadora

Se alza sobre una de las rotondas que salpican la travesía Ronda Norte, la que viene de Islantilla y, si se continúa, salida de la localidad por el oeste. Sobre un pedestal, rodeada de rosales rojos y otras plantas ornamentales, se encuentra el monumento a la Mujer Estibadora. Comparte la misma técnica artística, fundición y características que los dos anteriores. Ataviada con la indumentaria típica de la época, falda, delantal y pañuelo en la cabeza, sostiene un tabal de sardinas en salmuera.

A sus pies, una explicación del monumento, el cual se hace complicado leer por el tránsito de vehículos que la circunda, por este motivo se instaló una reproducción en la esquina noroeste, así como iluminación nocturna específica que la realza.

«Desde los tiempos más remotos, fueron las mujeres las
encargadas del oficio de la estiba. La estiba, conocida en
Isla Cristina como la acción de manipular las sardinas
arenques en bultos redondos de madera… de
aproximadamente 70 cm de radio, llamados tabales. De
tal guisa se disponían para las prensas donde los avezados
hombres de la salazón hacían magistralmente sus labores.
Este monumento rinde homenaje a varias generaciones
de mujeres que trabajaron en las fábricas de salazón, y,
aún hoy día en la empresa conservera.
Isla Cristina llegó a tener más de veinte fábricas entre
1888 y 1928. Esta escultura realizada en bronce es obra
del artista isleño: Francisco José Zamudio Barroso.»

Estos son los monumentos isleños, personajes impertérritos que, si se les escucha, cuentan historias sobre los principales episodios del devenir de los isleños. Sus hazañas, logros, tragedias y alegrías recogidas en unos cientos de metros, a través de unos monumentos situados estratégicamente en el mapa de una Isla Cristina con muchos encantos, algunos todavía por descubrir.